Visitar Sigüenza (Guadalajara) es viajar en el tiempo. Un tiempo paralizado y lejano con los sabores más clásicos de la Castilla-La Mancha más medieval. Gastronomía, cultura y arte hacen las delicias de una escapada perfecta. Asado de cordero, cabrito, migas con chorizo, sopa castellana, productos de caza y las yemas de El Doncel distinguen la oferta culinaria de esta región.
La ciudad de Sigüenza está situada en el alto valle del río Henares. Los vestigios de los antiguos pobladores, desde celtíberos hasta árabes, asentaron las bases de un enclave estratégico. El patrimonio artístico es testimonio de la evolución de la historia del arte. El viajero es capaz de sentir diferentes estilos en un mismo lugar: medieval, renacentista, barroco y neoclásico. Pero el sabor del auténtico mestizaje se encuentra perdiéndose entre sus callejuelas, plazas y rincones.
La ruta obligada comienza en el imponente Castillo de los Obispos, llamado así porque fue la residencia oficial de los obispos seguntinos durante siete siglos. Este palacio-fortaleza del siglo XII tiene unas vistas privilegiadas de toda la villa desde sus almenas. Forma parte del grupo Paradores de Turismo y en su interior destacan el patio de armas, los vastos salones y la capilla.
A continuación, hacia la Plaza Mayor, en mitad de la calle, un rugido me paraliza. No hay leones a la vista ni ningún animal por las inmediaciones. Muy extraño. Me doy cuenta de que soy yo. Mi estómago pide su turno.
Me decido a entrar en el restaurante Calle Mayor (C/ Mayor, 21) donde la cocina tiene como base el recetario local de corte creativo. Las carnes de cordero y cabrito hacen las delicias de los comensales en el acogedor salón que combina coloridas paredes con la piedra natural y la recuperación de vigas. Las verduras frescas de la huerta me llaman a gritos y los postres con miel, moras y menta fresca parecen de pecado. La exposición de vinos termina por conquistarme y selecciono uno de los grandes: ‘Pesquera 2014’. No hay margen de error. Saltándome todas las recomendaciones locales prefiero: croquetas de ajoarriero, sardina ahumada, atún de almadraba ahumado y solomillo a la pimienta. No está nada mal, ¿verdad? Queda pendiente probar el famoso cordero. Buscando algo digestivo de remate me opto por las trufas de chocolate. Todo para controlar la dieta, claro.
Tras disfrutar de la amable compañía y atención del establecimiento, continúo cuesta abajo (menos mal) hacia, ahora sí, la Plaza Mayor. Este espacio diáfano está rodeado de casas nobles, galerías porticadas y el mismo Ayuntamiento. Mi asombro llega cuando me comentan que unos americanos quisieron comprar la plaza, piedra a piedra, para llevársela a Estados Unidos. No sé si me habrán tomado el pelo.
La majestuosa Catedral de Santa María es la siguiente parada. En su interior descansa la misteriosa escultura funeraria de Martín Vázquez de Arce: El Doncel de Sigüenza. Este caballero seguntino murió en la reconquista de Granada (1486) a los 25 años. El sepulcro muestra la insólita postura del joven en actitud de leer y vestido de guerrero. Tranquilo y sin miedo a la muerte es el icono de la ciudad. La Casa del Doncel, con la exposición del violero José Luis Romanillos, el Museo Diocesano de Arte Antiguo y los espacio naturales hacen de Sigüenza un destino extraordinario para vivirlo a tu aire.
Botas de vino desde 1899
El acento vinero también viene de la mano de la artesanía, ya que en el municipio se realizan botas de vino. La empresa familiar Jesús Blasco, con más de un siglo de experiencia y cinco generaciones, se dedica en cuerpo y alma a su fabricación. La “vasija de piel de cabra” es un recipiente ligero, flexible y manejable lista para viajar. La bota era imprescindible durante las largas jornadas en el campo de los pastores y agricultores. Los tragos de vino se compartían mientras se reponían fuerzas para hacer más llevadera la faena. La evolución de este clásico nacional se ha adaptado a los nuevos tiempos con formas, diseños y colores para todos los gustos. Una grata sorpresa que gracias a su web llegan a cualquier parte del mundo.
Las tapas no pintan nada mal, entre las opciones tienes risotto de hongos y algas (Restaurante Eiffel), txangurro con patatas al cabrales (Mala Pata), patata rellena de verdura con pollo o atún ( La Xana), calamar de montaña (Punto de Encuentro), Mar y Tierra (Bar López), bacalao ajoarriero (Albuche), bocados de morcilla confitada en creps con crujiente de queso y mahonesa de queso (Cafetería Las Murallas), pote asturiano (Sidrería El Hórreo), sabor venezolano (El Garito de Ger), flamenquines (La Esquina de Aluche) o salmorejo con helado de parmesano y taquitos de jamón (Manitú).
Fantástica y variada seleccción. Se me ha hecho la boca agua. La próxima ruta no me pierdo ninguna de tus recomendaciones. ¡Tú sí que sabes! Saludos.
Qué buena pinta tiene esa ruta ! Fantásticos edificios, sabrosa comida, exquisito caldo y posiblemente inmejorable compañía.
Un abrazo,
Es un imprescindible en la agenda de cualquier viajero. Os animo a que compartáis aquí vuestros mejores rincones de Sigüenza. Saludos.