Entro en un moderno local de vinos recién inaugurado. Un gastrobar situado en una zona peatonal céntrica de una ciudad cualquiera. Cojo una estilosa butaca, que casi confundo con el perchero, y después de esquivar numerosos utensilios restaurados, llego a la barra de palets:
—Buenas, soy David Martínez Ros licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad de Alicante —lo digo en un tono como esperando una gran ovación, que lo mío me ha costado, pero sin que intuya que me quedan un par de asignaturas. Bueno, sí, quién dice dos dice cinco.
—Vale, ¿y qué quieres?
—Mmm… —miro la monumental exposición de vinos de todos los colores que hay frente a mí. Me decido a sorprender al camarero—. Pues… póngame una copa de… tinto… de la casa.
—¿Este?
—Psi. –digo en un intento de parecer que lo conozco de sobra y me gusta.
—Maaarchando.
—Mi pasión por el mundo del vino me viene desde hace mucho tiempo —comienzo con mi discurso—. Aunque no entiendo mucho, ya que soy un sencillo aficionado que se emboba mirando la creatividad y el diseño aplicado a la enología: etiquetas, packaging, marcas, app´s,… disfruto de cualquiera de estos caldos: tintos, blancos, rosados, mistelas, espumosos, fondillones,…
—Ah, bien.
—He visitado bodegas, tiendas y vinotecas de todas clases. Hay un mundo ahí fuera que quiero contar en mi blog.
—Muy bien. Todo en un bloc. Es bueno apuntarse las cosas.
Pienso en explicarle que no escribo es un simple bloc de notas, sino en un vanguardista y flamante blog. Vamos, que voy a hacerle popular si escribo sobre su local, y todavía no lo sabe.
Me sirve el vino con mucha paciencia y estilo.
—Muchas gracias —pruebo el vino y quedo asombrado—: ¡Qué intensidad! Se nota que tiene fuerza y carácter. He notado todos los taninos recorriéndome el paladar. Me ha sorprendido el posgusto largo y agradable —me animo, me vengo arriba—. Voy a escribir un post en mi blog sobre su atractivo establecimiento.
—Bien.
—Sí, lo haré. Tiene mucho estilo y personalidad. Me gustan los espacios que apuestan por la vanguardia que realizan las cosas de otra manera, ya me entiende. Hay demasiados bares y restaurantes. Todos parecen iguales. Se nota que le ha encargado a un estudio de arquitectura de renombre un plan o incluso ha contratado a un verdadero artista de interiores. Es único, tiene mucha clase.
—Es una franquicia.
—Y con muy buen gusto, oiga —upsss, retirada, retirada—. Bueno pues dígame cuánto le debo y recuerde que voy a dejarle mi tarjeta, para que pueda leer y compartir lo bien que voy a hablar de su establecimiento en Soy vinero —le entrego la tarjeta recién impresa rezando para que no la tire a la basura en cuanto me de la vuelta, ya que me ha costado tres semanas diseñarla y una pasta comprarlas.
—Muy bien. Son 2 euros.
—¿Cómo? ¡Qué te voy a hacer trending topic! —no me atrevo a decírselo y solo lo pienso.
Pago con la calderilla que me ha sobrado del parquímetro de la zona azul de la ORA, y eso, ya es hora de retirarme.
—Muy buenas noches —se despide el camarero—. Hasta la próxima y suerte con la revista.
Se me queda cara de póker, pero me voy dígnamente con la cabeza casi alta. Esta vez me han cobrado y no han entendido nada de lo que hago. Tendré que seguir probando suerte. Eso sí, la próxima vez, el vino en buena compañía, ya que es su ingrediente básico. Soy vinero.
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